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lunes, 2 de noviembre de 2009

DON JUAN TENORIO

DON JUAN TENORIO

¿Por qué prendió tan fácilmente la representación anual de Don Juan Tenorio la noche de Todos los Santos? Un repaso por la historia y las tradiciones nos informa de que las representaciones funerarias eran algo usual, que cambió de formato a lo largo de los siglos y a través de los pueblos, pero no desapareció.

En nuestro propio teatro tenemos reflejado por segunda vez el origen religioso de las representaciones teatrales. En los orígenes griego y romano del teatro estaban los ritos religiosos de representación. Pero como si la historia volviese a dar otra vuelta, tenemos en España y en otros puntos de Europa los Autos Sacramentales de la edad media. Son formas litúrgicas que se celebran por supuesto en la iglesia; pero que al crecer la clerecía y crearse una liturgia para clérigos, se ven empujadas hacia el pórtico de la iglesia primero, y luego lejos de ella. Algo inevitable, porque el argumento y sobre todo los entremeses cada vez más profanos y hasta procaces que se intercalan en el drama sacro, son incompatibles con la dignidad del templo.

Pero queda en pie la ancestral vinculación de las representaciones más o menos dramáticas con los grandes temas religiosos. Y parece que en el tema de los difuntos, que nunca dejó de ser religioso por mucho que los ritos tuvieran formato profano, la representación de los muertos más o menos dramatizada, se mantuvo en muchos pueblos a lo largo de los siglos. Las procesiones de difuntos con el pretexto de enterrar este día a los muertos insepultos (por lo general, ajusticiados expuestos a la entrada de las poblaciones para aviso y escarmiento de residentes y forasteros), con toda la parafernalia que las acompañaba, incluidos ciertos bailes austerísimos de calaveras, tenían una honda raíz dramática.

No debiéramos olvidar a este respecto algunos datos relevantes de los usos y costumbres de Roma. Las laudationes fúnebres (alabanzas fúnebres) fueron las primeras piezas de la oratoria romana. En ellas se cantaban las glorias del difunto y se ensalzaban sus virtudes.

Ésta era una parte del drama funerario, a la que seguía otra de suma intensidad: el coro de plañideras a sueldo, tanto más numeroso cuanto mayor era la categoría del difunto, que acompañaban el cortejo fúnebre dando alaridos de dolor, reclamando la vuelta del difunto, arañándose el rostro, mesándose los cabellos, rasgándose las vestiduras y contorsionándose.


Era la gran pompa fúnebre, el espectáculo estremecedor que ofrecían los grandes hombres con ocasión de su muerte. No conformes con el ritual estrictamente funerario, las grandes familias romanas ofrecían al pueblo, dentro de las honras fúnebres de sus difuntos, la representación de una obra teatral, por lo general de carácter moral: en los funerales de L. Emilio Paulo (año 160) se representó Adelphoe (Los Hermanos).

Mezclar por tanto Día de Difuntos y representación teatral no era nada nuevo. Por eso caló tan hondo el Don Juan Tenorio, parte de cuyo drama se desarrolla en el cementerio. No era la primera obra de este género ni tampoco la única representación teatral para recordar los difuntos. De hecho nunca se había abandonado la representación, de la que son buena muestra los disfraces.

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