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lunes, 2 de noviembre de 2009

LA CASTAÑA

LA CASTAÑADA

Hemos de recordar a lo largo del calendario (ésta es la primera gran calenda del año litúrgico) que la religión está íntimamente ligada a los modos y ritos de alimentación: no en vano el eje de toda religión son los sacrificios, no otra cosa que participar toda la comunidad (los sacrificios festivos siempre son de comunión) con la divinidad. En la castañada de Todos los Santos tenemos por tanto un rito más en que se manifiesta la costumbre de comer en comunidad de vivos, pero también en comunión con los difuntos y en lo más alto de la escala de los que se fueron, con los dioses.

Tenemos bien documentada en los sermones de San Agustín la costumbre romana de celebrar una vez al año una gran fiesta en los cementerios, que consistía básicamente en organizar toda la familia un banquete por todo lo alto sobre la tumba de los difuntos. El espíritu de esta celebración era compartir los placeres de la vida, especialmente el comer, el beber y el bailar, con los que se fueron. Creían en efecto los romanos que si no lo hacían, no descansarían en paz sus difuntos y la pagarían con ellos.

Precisamente la primera palabra de nuestro oficio de difuntos es Réquiem (descanso): con ella nombramos cada una de las composiciones musicales de este género. Y las últimas palabras de este rito son Requiescat In Pace (R.I.P. =Descanse En Paz, que suele ponerse en las lápidas y en los recordatorios). Es que privar a los difuntos de sus “honras fúnebres”, llamadas también “pompas fúnebres” por ser la celebración más pomposa de las que celebraba una familia; privar, digo, a un difunto de sus ritos funerarios era negarle el descanso a su espíritu, que quedaba vagando por el mundo de los mortales. Esa era una de las siete obras de misericordia: enterrar a los muertos (es decir celebrar correctamente el culto del enterramiento). Es la última obra de misericordia que se podía ejercer en favor de alguien. Por eso se fundaron cofradías cuya misión era enterrar a los muertos, ya fueran éstos apestados o ajusticiados. Se trataba de dar paz a sus espíritus. Estas cofradías eran las grandes protagonistas de la fiesta de Todos los Santos y los Difuntos, y tenían un papel importante también en las procesiones penitenciales de Semana Santa.

En muchos pueblos la celebración de Todos los Santos se caracteriza por comidas colectivas en que destacan determinadas especialidades como las castañas, los boniatos, los huesitos, los “panellets” y otras especialidades de repostería que nos recuerdan a los difuntos. Forma parte de muchas tradiciones que en la comida de este día se pusiese plato al difunto más reciente y que luego se convidase con esos manjares al primer pobre que se presentase. En la misma línea estaba la recogida de alimentos que hacían este día las instituciones de caridad, reclamando para sus pobres la parte que la familia destinaba al difunto. Era tradición también en muchos lugares dejar esta noche las puertas abiertas y tener la casa bien arreglada, sin tropiezos y con comida en la cocina para que los difuntos pudieran pasearse a sus anchas y disfrutar de nuevo de su casa. Junto a las exquisiteces para los espíritus no podían faltar los mejores vinos

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